La mujer que iba a su lado era una de las que llaman galantes,
famosa por su abultamiento prematuro, que le valió el sobrenombre de Bola de
Sebo; de menos que mediana estatura, mantecosa, con las manos abotagadas y los
dedos estrangulados en las falanges (como rosarios de salchichas gordas y
enanas), con una piel suave y lustrosa, con un pecho enorme, rebosante, de tal
modo complacía su frescura, que muchos la deseaban porque les parecía su carne
apetitosa. Su rostro era como manzanita colorada, como un capullo de amapola en
el momento de reventar; eran sus ojos negros, magníficos, velados por grandes
pestañas, y su boca provocativa, pequeña, húmeda, palpitante de besos, con unos
dientecitos apretados, resplandecientes de blancura.
Poseía también -a juicio
de algunos- ciertas cualidades muy estimadas.
En cuanto la reconocieron las señoras que iban en la diligencia, comenzaron a murmurar; y las frases "vergüenza pública", "mujer prostituida", fueron pronunciadas con tal descaro, que le hicieron levantar la cabeza. Fijó en sus compañeros de viaje una mirada, tan provocadora y arrogante que impuso de pronto silencio; y todos bajaron la vista excepto Loiseau, en cuyos ojos asomaba más deseo reprimido que disgusto exaltado.
En cuanto la reconocieron las señoras que iban en la diligencia, comenzaron a murmurar; y las frases "vergüenza pública", "mujer prostituida", fueron pronunciadas con tal descaro, que le hicieron levantar la cabeza. Fijó en sus compañeros de viaje una mirada, tan provocadora y arrogante que impuso de pronto silencio; y todos bajaron la vista excepto Loiseau, en cuyos ojos asomaba más deseo reprimido que disgusto exaltado.